En esta sección vamos a ir publicando todos los preciosos relatos que nos estáis haciendo llegar con motivo del Concurso de Relatos Cortos "Tu experiencia en Benidorm".
Relato Ganador
SUENA EL DESPERTADOR
Escrito por
Leticia Fuentes
Pilarín, de un salto, bajó de la cama, sin acordarse que no era bueno levantarse de un
tirón. Ya tuvo un susto un día, que el despertador no sonó, y de la brusquedad casi
pierde el conocimiento. Sus blancos pies buscaron las graciosas zapatillas de conejito.
Le encantaban los animales, mas nunca tuvo ninguno, entre él trabajando y la atención
a sus padres no tuvo tiempo de nada.
Miró la maleta dispuesta y la ropa para el trayecto que colgaba en una percha del
armario: una falda de cuadros escoceses, un jersey de cuello alto blanco y botines
rojos. Después de la ducha, se preparó un café, y recordó la fiesta que le hicieron sus
compañeros, se jubilaba, una vida dedicada a su fábrica de helados. Vivía en una gran
ciudad donde todo era correr y la gente trabajaba con tesón; todo un enjambre de almas
que no paraban ni de noche ni de día las veinticuatro horas, con una meta: poder llegar a
jubilarse y estar tranquilos, o eso pensaba ella. Mirando los regalos de sus compañeros,
sintió que Benidorm sería su final: “Allí me quedaré”.
Estaba nerviosa por la proximidad del evento, abrió el bolso de viaje que María le
dejó; metió el calzado, el neceser, ah... y el reloj de oro que sus jefes le obsequiaron por
sus años en la empresa (éste pensaba estrenarlo en Benidorm.) María era su compañera
en la cadena del envasado, donde polos de sabores se amontonaban en la cinta para
llenar las cajas. Con besos, y promesas de escribirles , regresó a su hogar.
No pudo conciliar el sueño, confiando en el despertador, no perdería ese día tan
importante. Hoy se uniría a un grupo de personas en un viaje del IMSERSO.
“Tienen diferentes destinos –le decía una compañera– mis padres siempre escogen
Benidorm; es un pueblo donde reina la alegría, no te imaginas cómo van... y cómo
vuelven, como unos chavales, y, según me cuenta mi madre, algunos y algunas con
novios”.
Pilarín asentía, pues recordaba con tristeza las palabras de su padre: “¡Tienes que
verlo, Pilarín! Aquello es maravilloso, un paraíso, es un edén, cuando pueda, tengo que
comprar un apartamento.” Pero Julián no pudo cumplir su sueño; la enfermedad de su
mujer, le hizo olvidarse de aquello, y sus vacaciones eran al pueblo de su familia, con
su hija que jamás tuvo un viaje con amigas, ni un novio. Solo de dedicó a cuidar de
ellos hasta su muerte, primero ella y unos meses después él.
Se prometió que cumpliría el sueño de su padre. Hoy por fin llegaría a Benidorm, y
con el dinero ahorrado compraría un piso. Una última vuelta para comprobar que no le
faltara nada; cerró su maleta, cogió el abrigo, bolso, un paraguas “por si llueve” se dijo.
Y mirando su casa, pensó que pronta la vendería, así que cerró la puerta y se subió al
taxi hacia la estación de autobuses, donde un grupo de gente esperaba para subir.
Se fijó en el cartel del autocar “Benidorm”. Una agradable sensación le recorrió la
espalda; al ponerse en la fila le preguntaron si era la guía y cuando dijo que era una
jubilada no la creyeron, pues Pilarín parecía mucho más joven de lo que era. De todas
formas, por los años de cotización trabajados le correspondió jubilarse antes de los
sesenta y cinco, además quizá su larga melena, su esbelto cuerpo, sus ropas le hacían
parecer más joven. Se negaba a vestirse como una mujer de su edad; las compañeras de
trabajo siempre le decían: “Vas demasiado moderna”, pero ella, fiel a sí misma, nunca
hacía caso.
El viaje fue agradable, alguna canción entre dientes (para no molestar al conductor)
y varias paradas; en una de ellas, gritó el chofer: “Veinte minutos”. A Pilarín la trataban
como a una hija; una pasajera de su derecha le dijo: “Mira, ahora cuando bajes, lo
primero al baño, que luego se llena y no da tiempo de nada”. “Ven –le dijeron otros–
que este es tu sitio”. Y sin protestar, se encontró la primera. Otra le dijo: “Y ahora,
cuando vayas a la barra, no esperes, que mi marido está haciendo cola”. Por supuesto,
no le parecía ético y guardó su turno. Se pidió un bocadillo de tortilla, recién hecha y
jugosa como le gustaba, con un café en vaso calentito para entonar el cuerpo. Al subir al
coche se quedó dormida; y una voz la despertó: “¡Mirad, ya estamos en Benidorm!” Y
asomándose a la ventana, descubrió con asombro el “mar” se quedó prendada de ese
color azul con varias tonalidades que se juntaba con el horizonte. Llegaron al hotel, en
la parte de poniente, “es la parte entre las dos playas” le contaban. El sol bañó su
cuerpo; y llorando, se acordó de sus padres, menos mal que llevaba gafas, no quería dar
explicaciones, sobre todo al verlos tan felices. Hay que ver cómo llega la gente,
cargados de maletas, con abrigos, bufandas y zapatos de suela de tocino para no
resbalar.
Recogieron las maletas y pasaron a recepción, todos en tropel, y una amable joven
recogía los documentos, y entregaba la llave. En el ascensor le comentaban: “Luego nos
vemos abajo”. “Sí” –contestó ella–. “Hay muchas cosas que ver –le decían–; iremos a
pasear y comeremos en el primer turno, luego descansar y salir por la tarde”.
Aún, con las maletas sin deshacer y planeando cosas, parecía que el tiempo se les
escapaba de las manos. Entró a la habitación donde todo estaba perfecto, limpio, y con
mucha luz. Al abrir el balcón pudo observar a personas que bajaban a la playa; cambió
sus ropas, por otras más cómodas: un pantalón corto y una camisa fresca, deportivas (lo
mejor para andar) y bajó al rellano para salir a la calle.
Cuando los vio salir, se asombró. Lo primero, sus ropas: cuando antes estaba la ropa
negra, ahora había colores chillones, con zapatos de tacón, peinadas y maquilladas;
parecían más jóvenes, (y eso que tenían intención de andar). “Lo primero, la guagua
(autobús) para ir a Poniente; por la tarde a la cala de Levante que es más tranquila pero
tiene su encanto”. Pilarín no salía de su asombro, sus compañeros de viaje tenían
muchas ganas de ver, tocar, ligar, alguna le dijo: “Mira, ese me gusta, ¡ y va solo! Esta
noche le saco a bailar”.
“¡Deprisa, que viene el coche!, Paula sube y coge asiento para Marta” –con las caras
coloradas de sudar se gritaban– “Cuidado, no te vayas a caer –se gritaban entre ellas–.
¡Espere conductor, ese señor que viene corriendo es de mi hotel!, hay que ver qué prisas
tiene!. El conductor les reprochaba con envidia y recelo: “¡Señores, que yo estoy
trabajando, aún no llegó mi jubilación!”. Al ver tanta ilusión, Pilarín también era una de
esas pasajeras que, junto al conductor, envidiaba cómo se gritaban sin pudor,
levantando la voz: “Felipe, ¿has visto las noticias?”. “Sí –contestaba un gordito con el
cabello blanco como la nieve–, para jubilarse, el gobierno quiere aumentar los años”.
“¿Qué decís –preguntaba otra pasajera, una bella mujer con los ojos azules, que
resplandecían de alegría–, que tu nieto será muy mayor cuando se jubile”. Pilarín
(asombrada), no perdían detalle.
En la zona de Levante, cambió el paisaje: torres altas, grandes edificios, las avenidas,
amplias y llenas de gente, corriendo, paseando. Le recordaba a Nueva York. “¡Este
Benidorm cada vez me gusta más! Aquí compraré mi casa; hay amplitud, mucha luz,
extranjeros sentados en una de las terrazas donde la música les acompaña en su relax;
parejas de la mano en la playa; un grupo haciendo gimnasia, otros bailando bajo un
cielo limpio: ese ir y venir”. Estaba maravillada.
Ya se veía con sandalias plateadas, de la mano de un hombre guapo para comenzar
una nueva vida. Pero ahora había que volver al hotel para comer, descansar y después
bailar “esta noche tendré mi estrella”–se dijo–. Ya en su habitación se lavó los dientes,
la mañana había sido agotadora, y faltaban aún la tarde y la noche. Pensó que sería
mejor descansar así que se metió entre las sábanas blancas y cerró los ojos...
De pronto sonó el despertador ¡ring! Al incorporarse, se vio en su casa... la maleta
preparada, la ropa del viaje en el armario. Todo había sido un sueño, pero sonriendo,
metió sus pies en las zapatillas y acercándose a la ventana mirando la lluvia, pensó:
“¡Qué importa! Me voy a Benidorm, donde todo puede pasar”
IDILIO EN BENIDORM
Escrito por
Angel Rodríguez Riaño
Caía ya la tarde y él estaba simplemente paseando sin objetivo y sin rumbo. Al doblar una esquina la vio a lo lejos. Era alta, delgada y tenía el pelo ondulado y dorado como el sol. Parecía que en vez de andar flotaba en el ambiente. Llevaba un vestido estampado en flores multicolores que se bamboleaba en su desplazamiento, creando el efecto óptico de ir deslizándose en el aire. Su atuendo lo completaban unas sandalias romanas y un sombrero de paja con una cinta azul claro en la cual iban prendidas unas flores secas.
La visión le resultó formidable y se pensó que como acababa de llegar seguro que la volvería a ver y, con un poco de suerte, quizás podría llegar a conocerla.
Tomó la cuesta del Carrer de San Vicent en dirección al Castillo. Le habían contado en el hotel que merecía la pena acercarse hasta allí. En lo más alto del cerro Canfalí, se erguía de elegante blanco y ocre, la iglesia de San Jaime y Santa Ana coronada por su cúpula de tejas de azul cobalto vidriado.
Llegó a la plaza de la Señoría, justo al lado del templo y le impresionó la fuerza de la escultura “Als morts a la mar” con sus cuerpos entrelazados. Posteriormente caminó junto a la balaustrada hasta la Plaza de Castelar y mirando hacia poniente observó con deleite la coquetería en su sencillez de la playa del Mal Pas y la espectacular playa de Poniente.
Caminando sobre el damero del suelo se acercó al mirador del Castell delicadamente enmarcado por su balaustrada blanca con adornos azules y de allí descendió, haciéndose algunos selfies en la escalinata, hasta el Balcón del Mediterráneo y su elegante rosa de los vientos.
El espectáculo era tremendo ya que podía desde ese punto adentrado en el mar, contemplar las impresionantes playas de la ciudad.
Después de hacer varias fotos volvió sobre sus pasos hasta la plaza de la Señoría y se sentó en la terraza de la cafetería Sirena del Puerto a tomar una cerveza.
Al cabo de un rato, cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las colinas de la playa de Poniente, decidió bajar la empinada escalera que le acercaría hasta el puerto. No había hecho más que poner un pie en el Passeig de Colón cuando la descubrió junto al Club Náutico, contemplando la hornacina de la Virgen del Mar totalmente ornamentada de flores.
No exagero si digo que le dio un vuelco el corazón y se puso a latir incontroladamente en su pecho.
Entonces lo supo. Tenía que conocerla en ese mismo momento, así que se acercó hasta ella y le dijo en inglés: “Es bonita la figura, eh?”. Ella se volvió hacia él sorprendida y, descubriendo que era un joven muy apuesto y guapo, dibujó una sonrisa en su cara y le respondió en un inglés con acento afrancesado que sí, que era una talla encantadora. Él tenía una sonrisa inmaculadamente blanca y unos bonitos ojos azules, algo más oscuros que los de ella, alrededor de los cuales empezaban a dibujarse unas pequeñas arrugas propias de la madurez, así que supuso que tendría unos diez años más que ella. Quizás treinta y cinco o treinta y seis.
Conversaron durante unos instantes y se pusieron al corriente de su situación. Los dos estaban solos en Benidorm y habían venido de vacaciones para descubrir la ciudad, sus ambientes, sus playas, sus gentes, el sol y el mar, pero.... desafortunadamente ella estaba al final de su descanso y él acababa de empezarlo.
Se sobrepuso a este lamentable contratiempo y la invitó a tomar algo en la terraza del Pirates Tavern justo enfrente del parque de Elche a lo que ella accedió encantada.
La verdad es que el sitio era muy agradable con el repiquetear del agua y el aleteo de las palomas blancas cómo la espuma. Pidieron unas cañas que les sirvieron en sendas copas heladas acompañadas por un platillo de snacks.
Ella se quitó el sombrero de paja de la cabeza y ahuecó su pelo dejando en evidencia la dorada y hermosa cabellera que enmarcaba, magistralmente reforzada por los dorados reflejos del ocaso, sus rasgos juveniles.
Con extrema coquetería observó a su acompañante descubriendo que aquella camiseta color naranja, sus cabellos rubios y sus ojos color turquesa le daban un aspecto increíblemente atractivo, como de dios griego.
Siguieron hablando y riendo durante un buen rato mientras apuraban las cervezas hasta que él, de pronto, se dio cuenta de que no se habían presentado y por tanto desconocían sus nombres.
- ¿Cómo te llamas? –le preguntó él-
- Oh, es cierto, no te lo he dicho:
- Me llamo “Prim”, Primtemps, soy Parisina, y tú?
- Yo soy inglés y mi nombre es Summer, “Sum” para ti.
Entonces se reconocieron el uno al otro, fueron mucho más que dos amigos ocasionales y durante unos pocos días tuvieron su particular historia de amor.
Y el próximo año la Primavera y el Verano volverán a encontrarse durante unos días para renovar su idilio bajo el cielo azul y las noches mágicas de Benidorm.
Si tienes una historia que contar y compartir, te animamos a participar en el concurso de relatos cortos, y compartiremos tu preciosa historia
SIEMPRE BENIDORM
Escrito por
Victoria Rodríguez Blanco.
Yo no he tenido la suerte de vivir en Benidorm, sin embargo mis recuerdos más bonitos se alojan en esa preciosa ciudad, se podría decir sin exagerar que yo he crecido en Benidorm.
Desde que era estudiante ya me iba con mis amigas a pasar algunos fines de semana a la ciudad de la alegría. Una de ellas trabajaba allí y eso era una excusa fantástica.
Teníamos alojamiento gratis, ya se sabe que las universitarias no contábamos con fuentes de ingresos, más allá de las donaciones voluntarias y siempre generosas que nos hacían nuestros padres.
Tampoco necesitábamos mucho más que un sitio donde descansar un rato. Evidentemente no íbamos a Benidorm a dormir, ¡qué ocurrencia! sino a disfrutar la ciudad y su gente. Siempre había alguien con quien chapurrear el inglés, ya se sabe que es muy necesario hablar el idioma más internacional, y siempre había un rincón nuevo por descubrir.
Casualmente el destino quiso, cuando yo todavía era una jovencita, que mi primera intervención pública ante un aforo de un centenar de personas, fuera en una discoteca de Benidorm que se había convertido en un auditorio especializado para la ocasión. Esa discoteca sigue existiendo, ha superado todo tipo de crisis y de modas.
La semana previa a mi matrimonio, la última semana de agosto, decidí celebrar mi despedida de soltera en la ciudad que nunca duerme. Aquella noche no hicimos grandes cosas, cenamos, nos reímos, tomamos una copa en un pub de la playa y después nos fuimos a bailar hasta las siete de la mañana. Ese es el gran mérito de Benidorm, que no tienes que hacer nada especial para disfrutarlo.
Cuando cumplí los 40, mis amigos que me conocen bien, me hicieron un regalo sorpresa y me reservaron una noche en uno de los hoteles más altos de Benidorm, las vistas eran espectaculares, las luces de neón iluminaban la oscuridad, la luna resplandecía sobre el mar.
Hace unos años defendí mi tesis doctoral y para poder realizar esa investigación tuve que robar , durante algunos años, mucho tiempo a mi familia y sobre todo a mis dos hijas menores, (tengo cuatro hijos), que en aquel entonces eran muy pequeñas. Las prometí compensarlas con un fin de semana especial.
Así que sin que se enteraran reservé una habitación en un hotel céntrico de la zona de Levante. Por la mañana íbamos a la playa, después jugaban en la piscina del alojamiento. Por la tarde nos íbamos a ver las ardillas del Parque de Elche y nos dábamos largos paseos desde el Rincón de Loix hasta la zona de Poniente. Yo disfruté de ellas aquel fin de semana de octubre y ellas descubrieron conmigo el encanto de Benidorm.
Hace poco, justo la semana anterior a que se decretara el estado de alarma estuve pasando la tarde en Benidorm acompañada de mi hermana y mi madre, a ambas les he contagiado mi entusiasmo por esta ciudad.
Era marzo, hacía sol, porque en Benidorm siempre hace sol, tomamos un café en una de sus terrazas y dimos un paseo por las calles vivas del centro.
Fue una escapada rápida de un par de horas pero suficiente para resetear y tomar un respiro en medio del ajetreo cotidiano al que estábamos acostumbrados antes de que esta crisis sanitaria nos cortara bruscamente nuestra forma de vida.
Benidorm huele a verano aunque sea enero, y puedes identificarlo al escucharlo porque tiene su propia música de fondo.
Cuando necesito relajarme, cuando quiero celebrar algo de un modo especial, cuando anhelo mirar
el mar, cuando quiero recrearme en el bullicio, cuando necesito paz interior, cuando......necesito ir a Benidorm.
Victoria Rodríguez Blanco.
“Tu experiencia en Benidorm”
Escrito por
Rafa Giner
Mercedes, José, Jessy, Mari, Daniel, Laura, Luisma, Fer…. Estos y tantos otros nombres evocan mi experiencia en Benidorm.
Quien me iba a decir que tendría que llegar casi a los cincuenta años, para descubrir dos cosas, tan cercanas , y a la vez alejadas de mí, por un lado el buceo y por otro Benidorm.
El mar siempre ha estado ahí, de pequeño esos días con los amigos y familia a bañarnos, esas meriendas, que pasado el tiempo, se convirtieron en cenas en la arena con los amigos; pero como he dicho, tanto mar y tanto por descubrir.
Y fue como por un desafío, de encontrarme rápidamente metiéndome con toda la parafernalia de un traje de buceo en una piscina, iniciando el curso; a terminar tirándome desde una embarcación en mar abierto, junto a la isla de Benidorm.
Todo lo incómodo del traje fuera, se adapta y es comodidad, es relajación, son buenas sensaciones dentro del agua. Y ahí es donde descubrí mi segunda pasión, Benidorm, igualmente conocido por alguna excursión de mi infancia, pero gratamente redescubierta, en mi práctica del buceo.
Y que mayor sorpresa me pude llevar, descubrir, el contraste de la imagen que se tiene de un Benidorm masificado, con la relajación y el disfrute de la flora y fauna marina, tanto de la isla de Benidorm como de la isla Mitjana, desde la cual se aprecia, esa gran masa terrestre, con sus dunas fosilizadas, que es Sierra Helada, que vista desde el mar, es impresionante.
Desde aquel día que termine mi curso de buceo, me puedo declarar adicto a Benidorm, a sus gentes, a su clima, a sus buenas aguas, a su increíble visibilidad marina, la cual es de envidia en cualquier otra zona de buceo; e inmersión a inmersión , descubriendo Punta Garbí, el Faro, los Arcos, la Llosa 1 y la Llosa 2….
Pero no solo por el buceo, Benidorm tiene rincones, restaurantes, hoteles, cafeterías, exposiciones que; aún viviendo cerca, merece la pena ir una semana de vacaciones, a algún hotel tranquilo de la Playa de Levante, donde descubres, la simpatía, profesionalidad y el agrado con el que te tratan al visitante, o acercarte a al Museo del Cavari, en el cual , el personal te hace sentir parte de la explosión, te trasmiten su optimismo por que disfrutes de ella y de Benidorm.
Fuera de lo preconcebido , por la imagen que algunos tienen de Benidorm, es de decir que Benidorm, es un lugar lleno de vida, todo los meses del año, que se va cambiando, desde tercera edad, familias, parejas, jóvenes, al igual que hace al cambio desde la Cala del Tío Ximo, la playa de Levante , el castillo o la Playa de Poniente; Benidorm cambia en sus playas , en sus gentes, en sus épocas del año, pero lo bueno que tiene, es que siempre es una gozada de los sentidos, la vista de sus amaneceres o atardeceres, del azul de sus aguas al rubio de su arena, del gusto por la gastronomía , que siempre se descubre en el lugar menos concurrido, del tacto de la arena, y en mi caso del neopreno, que significa que con el traje me voy a disfrutar sus fondos marinos, de la vista de sus playas, de su exposiciones, de su flora y fauna marina, del olfato del olor a mar, del oído de las olas a romper en sus playas, y del disfrute de la gente buena en un buen lugar, Benidorm.
AL FIN, BENIDORM
Escrito por
Paula Juan Sirvent
Llevaba ya muchas horas en el coche, sabía cuántas curvas quedaban exactamente hasta llegar a su rincón favorito del mundo. Una, dos, tres... nada más pasar ese giro ya sabía que estaba allí esperándole la ciudad que todos los años le recibía con los brazos abiertos.
Por fin. Giró la última curva que conocía desde niña y allí se alzaba, magnífica, como siempre, la ciudad de los rascacielos, su ciudad: Benidorm.
Le encantaba siempre organizarse para llegar más o menos a la misma hora, cuando el cielo se volvía de un color rojizo y la luz de la ciudad le deslumbraba.
Esas vistas desde la autovía con sus edificios altísimos, esos juegos de luces que proyectaba la ciudad, ese horizonte que podría dibujar con los ojos cerrados... y, por supuesto, al fondo, como si de un cuadro se tratara, la magnífica Serra Gelada, imponente como siempre.
Estaba deseando llegar a casa, cambiarse de ropa y salir a pasear. El Mediterráneo, su paseo, las luces, la luz del atardecer, los saludos con la gente como si no hubiera pasado el tiempo.
Porque por mucho turismo que haya, las caras, año tras año, siguen siendo las mismas. Al final, todos volvemos y nos reencontramos, aunque algunos ya no estén.
Pero las ganas siempre podían más que la nostalgia. Entrando ya por la primera rotonda le entraban mariposas por el estómago, se relajaba.
Todas las tensiones del trabajo, de sus problemas económicos tras el divorcio e incluso los nervios previos al viaje por carretera desaparecían enseguida. “Ya estamos en casa”, dijo bajito mirando por el retrovisor que María siguiera dormida.
Con sus ojos cerrados le recordaba a ella de pequeña, cuando toda la familia llenaba el coche con maletas, bolsas, comida y bebida y las cintas de casete grabadas de la radio para que el viaje se hiciera más corto.
Segunda rotonda, tercera y a la derecha. Podría hacer ese camino con los ojos cerrados. Cuando estaba lejos, para lograr relajarse por las noches, cuando se metía por las noches en la cama se imaginaba entrando a Benidorm, haciendo el camino que hoy volvía a recorrer. ¡Por fin después de tanto tiempo!
Siguió el camino mientras bajaba las ventanillas. Aspiró fuerte el aire, ese olor característico a hogar, a mar, a infancia.
Llegó a su calle, aparcó y bajó a la pequeña María del coche.
Siempre seguía el mismo ritual: antes de descargar las maletas, antes de subir siquiera a su casa, caminaba las dos calles que le separaban de su rincón favorito, esa esquina donde tanto había vivido, la Plaza de Castelar. Siempre atravesaba el pequeño pasadizo que separa la entrada de la Iglesia de la plaza.
Tenía la manía de aguantar el aire cada vez que pasaba por abajo, su abuela Carmen le contó un día la historia de que si pasaba rápido y sin respirar, tenía que pedir un deseo que siempre se acabaría cumpliendo. Ella, por si acaso, seguía haciéndolo, como cuando era niña, pero siempre pedía lo mismo: volver a esos veranos eternos con ella y con el yayo Pepe.
Llevaba años pidiéndolo cada vez que pasaba por allí, seguía sin cumplirse pero no perdía la ilusión.
Se apoyaba siempre en la barandilla, miraba al infinito del mar azul y respiraba fuerte. A un lado el Mirador del Castillo, al otro la Cala del Mal Pas, más allá el Puerto y la Playa de Poniente.
Cerró los ojos, ya estaba aquí. Todos los malos momentos quedaban atrás, por fin. Mientras, María saltaba las baldosas negras, se le veía feliz. La profesora de guardería y su padre le habían dicho que María estaba apática, que no parecía contenta. “¡Ay! Si la vieran ahora cuánto está disfrutando”, se dijo. Se veía reflejada completamente en ella, era llegar a Benidorm y volver a nacer, ser ellas mismas.
Volver a Benidorm era volver a casa. . .